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El hierro, una vez convertido en oro merced al contacto con la piedra filosofal, podrá ser atesorado celosamente bajo tierra, o bien arrojado al montón de la desperdicios; pero siempre seguirá siendo oro y ya nunca volverá a su condición anterior. Ya sea habite en el tumulto de las grandes urbes o en la soledad del bosque, nada podrá contaminarlo.
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