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Dátiles
Un anciano se encontraba en un oasis afanado en hacer un pozo en la arena cerca de unas palmeras de dátiles, arrodillado y con gran esfuerzo, y agobiado por el intenso calor del desierto. Un rico mercader se detuvo en ese oasis a descansar y dar de beber a sus camellos, y pudo observar cómo ese hombre, viejo y sudoroso cavaba con entusiasmo. No pudo evitar la curiosidad y le preguntó qué estaba haciendo.
El anciano le contestó que estaba sembrando dátiles. Al viajero le pareció un disparate y pensó que el calor había trastornado al viejo; por esa razón lo invitó a tomar algo en la posada. Pero el hombre no aceptó su invitación porque debía terminar su siembra. Cuando le preguntó qué edad tenía ni siquiera pudo recordarla, tal vez más de ochenta le dijo. Entonces el acaudalado comerciante no pudo evitar señalarle que difícilmente llegara a cosechar algo de su siembra, ya que una palmera de dátiles demora unos cincuenta años en dar sus frutos; y le insistió para que lo acompañara a tomar una copa. El viejo lo miró y le dijo que todos los dátiles que había comido hasta ese momento también eran de palmeras que habían plantado otros, que tampoco habían soñado con llegar a probarlos; y que él no sembraba para él sino para que otros pudieran comer en el futuro los dátiles de la palmera que él estaba plantando, y aunque sólo fuera en agradecimiento de aquellos desconocidos que trabajaron para él, esta sola razón merecía que terminara su tarea. Conmovido por la respuesta, el adinerado hombre de negocios sacó una bolsa de monedas de oro y recompensó al hombre por su enseñanza.
El viejo le agradeció señalándole al mismo tiempo que era verdad que no llegaría a cosechar lo que sembraba, pero en cambio había obtenido una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo. El rico mercader quedó asombrado por tanta sabiduría y le regaló otra bolsa igual repleta de monedas de oro para demostrarle nuevamente su profundo agradecimiento. El anciano le mostró al viajero que así como él se comportaba era la vida. Él había sembrado para no cosechar, sin pensar en sí mismo; y antes de terminar ya había recibido frutos no sólo una vez sino dos veces, sin contar con los dátiles que se obtendrían en el futuro cuando las palmeras que él sembrara crecieran para las próximas generaciones. El hombre, quedó admirado por lo que había aprendido y le rogó al anciano que no le brindara más enseñanzas porque toda su cuantiosa fortuna no sería suficiente para recompensarlo.
…Que el dinero sirve para comprar cosas útiles pero que la sabiduría es valiosa y todo el dinero del mundo no alcanza para pagarla.
…Que el que solo piensa para sí mismo reduce su horizonte, cierra su camino y obstruye el flujo de la abundancia.
…Que el hombre tiene capacidad para dar vida y para crear lo inimaginable más allá de él mismo; y su caudal de sabiduría sólo se agota cuando piensa en términos de su propio ego, que es limitado y finito.
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