Buda, reconociendo ese buen gesto del ladrón, quiso recompensarlo.
Por eso arrojó a las profundidades del lago en cuyo fondo estaba el infierno, un hilo de araña muy largo que llegó hasta el infierno donde estaba el ladrón.
Este lo vio y creyó que era una cuerda de plata.
Pero no podía convencerse de ello.
Por fin se agarró a él con intención de subir hasta la superficie. Subía y subía, temiendo que se rompiera.
Cuando ya pensaba que estaría lejos del infierno, miró hacia abajo y vio que mucha gente subía detrás de él agarrados a la misma cuerda.
Se llenó de miedo, pensando que la cuerda no aguantaría con el peso de todas las personas.
Se enfadó y los maldijo.
El pensaba que bien se podrían haber quedado en el infierno.
Y en ese momento la cuerda se rompió por encima de sus manos.
Y cayó él con todos los demás, de nuevo al infierno.
La misericordia y la bondad encuentran a veces el egoísmo por respuesta. Y el egoísmo siempre acarrea mal.
Todo deseo de mal hacia los demás recae siempre también en uno mismo.
Darío Lostado. Vivir como persona